VESTIMENTAS - VIVIENDAS - ELEMENTOS

EL PONCHO
Se trata de un abrigo de diseño sencillo, consistente en un trozo rectangular de tela pesada y gruesa, en cuyo centro se ha practicado un agujero para la cabeza. La tela se deja caer sobre el cuerpo, disponiendo los extremos de manera de poder mover con facilidad los brazos.
ETIMOLOGÍA
Para estudiosos como Diego Abad de Santillán en su Diccionario de argentinismos (1976), "poncho" es una castellanización de la voz quechua punchu, con el mismo significado; y según Lafone Quevedo podría relacionarse con punchua, "el día", por la asociación simbólica entre sacar la cabeza por el tajo del poncho y la salida del sol.
En un estudio sobre la historia del poncho en Argentina, se dice que la primera mención escrita del término en el territorio data de 1714 y que en un documento de 1737 se alterna el uso de "poncho" y "frezada" para una misma prenda.
ORIGEN Y EXPANSION
De origen andino, es parte de la vestimenta habitual de los nativos amerindios de la región, también ha sido adoptada por los criollos. Por su sencillez se ha incorporado a la indumentaria militar.
En Argentina se utilizan también los ponchos de diseño de guarda atada, imprescindibles en lo que se refiere a diseño y cultura tradicional. Estos se realizan con guardas pampa o mapuche e inca, estos últimos recreados en la ciudad de Belén, en la provincia de Catamarca.
Cada provincia tiene un modelo particular de poncho (teñido de color punzó con franjas negras junto a los bordes es señal de luto por la muerte de Martín Miguel de Güemes, se lo conoce como poncho de Salta); el poncho marrón es característico de los gauchos jujeños.
Así, la región pampeana, como la patagónica y la cuyana, tienen los tipos de ponchos, caractéristicos de esas partes de la república.

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VESTUARIO DE LA PAISANA ARGENTINA

Erróneamente los llamados nativistas, en la presentación de sus conjuntos o grupos de baile, llaman al vestuario femenino traje de china, confundiendo los términos y adjudicando, en una generalización poco feliz el calificativo de china, a todas las mujeres de nuestro campo, siendo que éste se aplicó originalmente a un tipo femenino bien definido, que deambulaba con los soldados, etc. de costumbres y profesión, bastante más que dudosas.
Algunos otros grotescos errores son también cometidos con respecto a su vestimenta en las representaciones artísticas,
De inventarios y otros documentos, en los Archivos de Buenos Aires, Córdoba, La Pampa, y la region Cuyana. hemos extraído una lista de prendas de uso femenino en la campaña, hacia fines del Siglo XVIII, a saber: camisas de Bretaña, anchas o angostas, labradas con seda Tancay o seda negra y otras de roan labradas con hilo de algodón azul, otras de lienzo de algodón, y también de Bretaña pero con mangas de cambray: polleras de telas diversas y colores vivos (coloradas, verdes, etc.) y con bordados y galones en su parte inferior; enaguas de lienzo; corpiños o apretadores de crea; rebozos de bayeta de Castilla, con galones y bordados o sin ellos, en colores verde, azul y negro; medias de seda y de algodón; zapatos de tela y de cuero fino.
De todo lo hasta aquí dicho y transcripto, creemos que podemos dar muy claramente, una idea del carácter, vestuario, peinado, etc., de nuestras mujeres de campo, estancieras, paisanas y aun chinas, en el período que estudiamos, de 1780-1820, con todas las salvedades que sobre generalización, etc., hemos hecho con respecto de los hombres. En primer lugar, no parecen caber dudas que las estancieras, mujeres pueblerinas y paisanas, en general, además de los atributos de belleza característicos de las mujeres, que tanto subrayaron los viajeros, referidos a la tersura de su piel, a sus grandes ojos, muchas veces oscuros, pero también azules, a sus cabellos negros, gracia de formas, etc.,
La paisana tenia una simpatía especial, buen trato, dulzura y cortesía, totalmente naturales, que aumentaban sus encantos y las hacían sobresalir frente a los hombres que resultaban, en comparación, rudos, secos e introvertidos, o parcos, cuando no taciturnos y groseros, a despecho de la hospitalidad y sobria cortesía características de nuestros hombres de campo. Diferente parece ser el caso de las chinas mucho más mimetizadas con los más bárbaros, duros y crudos de nuestros gauchos, tenían como ellos aspecto desaliñado y sucio, a veces casi varonil, muchas francamente desagradable.
Sin otro maquillaje que un buen lavado con agua pura y fría, de aljibe o de cachimba, con los cabellos trenzados en una o dos trenzas, y estas o sueltas a la espalda o al frente, o apretadas en rodetes, o muy bien peinados, siempre con raya al medio, en un moño, más o menos bajo, no llevaban otro adorno para alegrar su cabeza, que una o dos peinetas, o, menos frecuentemente, un peinetón y un par de sencillos zarcillos de plata o de oro en las orejas; a veces alguna cinta de color para ayudar a sujetar el pelo, y, también a veces, una flor.
Como las mujeres de la ciudad, para ir a la Iglesia, y no sólo a misa sino también para casarse, el vestido (generalmente pollera y gran rebozo, ambos de bayeta, o aquella de una tela más liviana y éste de bayeta) era totalmente negro, siendo igualmente negros, las medias y los zapatos.
La ropa habitual, de diario, era una hermosa camisa, generalmente el orgullo de su dueña, de una tela de algodón fina, engomada y azulada, con bordados y puntillas, cuyo escote era redondo y fruncido (escote aldeano o bote) y prendido a la espalda con cintitas o botones, a veces con pasacintas, otras con un volado o fichú de la misma tela, siempre con bordados, muchas veces en colores contrastados, azul o negro, tal como se siguen haciendo en la región Cuyana; otras con escote cuadrado, con bordados y botones al frente. Esta camisa a veces tenía mangas, al codo o largas, en este caso, con puños y puntillas o bordados en las mangas y puños.
A veces, el busto se retenía, por encima de la camisa, con un apretador o corpiño, de crea, con cintas y botones. En estos casos, generalmente se ponía, sobre la camisa, una pollera de tela más gruesa o más fina, según la época del año y la ocasión (de bayeta, de indiana, de seda, de tripe, de cotonia, etc.), generalmente de un solo color vivo (excepto el negro, prescrito para la Iglesia), colorado, azul o verde, con uno o más galones (de oro o plata) en el borde, o con bordados en ese tercio inferior. Esta pollera no sobrepasa tampoco, en su largo, la media pierna, dejando ver, muy frecuentemente, el borde de la camisa y enaguas. Era bastante ancha y bien fruncida en la cintura, sin pretina.
Para paquetear las mujeres ya algo maduras, usaban medias, generalmente de algodón, a veces de seda, habitualmente blancas y los zapatos, sin tacos, con tacos, muy bajos, y troncocónicos o carretel, eran de seda, satín u otra tela, a veces con bordados o pintados, o de un cuero muy fino (tafiletes, charol, etc.). Tenían a veces también hebillas o una moña de tela, o aplicaciones de mostacilla, o alguna piedra de color.
Al de todos los días, un rebozo, o a veces una chalina o ponchillo; en el primer caso de bayeta o de punto, con o sin bordados y/o galones; las chalinas o ponchitos, de telar, con una o dos franjas y flecos. Siempre de colores vivos: azul, verde. amarillo
Todo contribuye a "civilizar" a la mujer en el campo, a aumentar su deseo de lucimiento, de emulación, de competencia, su natural y femenina coquetería. Antes las mujeres brillaban por la ausencia, es decir, eran codiciadas por su escasez. Ahora las "gringuitas", con sus herencias culturales europeas, donde la mujer es la que debe lucir, excitan la competencia de las criollas y, todo redundará en un mejoramiento en el vestir, en un preocuparse más por la moda, en cambios más rápidos, aunque casi siempre, todo se haga en un nivel cultural muy rural, muy simple, generalmente colorido de más, de dudoso gusto y con un algo de ingenua cursilería.
En lo que queda del siglo la pollera femenina se alarga hasta el pie, sin dejar de ser ancha, aunque esto ocurre, fundamentalmente, para festejos, o para cabalgar, o aún para "dentro de casa". La mujer que habita el rancho en medio del campo, no la deja bajar del tobillo, para evitar se le ensucie, se le prendan abrojos, etc. La camisa, arriba, es cubierta por una blusa, generalmente de tela muy liviana, con adornos en el frente, o pechera (lacitos, tablas, bordados) y mangas largas, generalmente casi ceñidas al brazo.
Sobre la blusa la chaqueta, con o sin faldeta completa, a veces acuchillada, también solía tener ciertos adornos en la pechera y hasta jabots, y, muchas veces, en las más acomodadas o para el paseo, religiosa, que terminaba, en ocasiones, siendo una capita o esclavina. Siempre el chal o rebozo en invierno, y, para cabalgar, el sombrero de pajilla o de fieltro o la galera. Cada vez se usan más las medias para paquetear. De algodón y aún de seda.
El calzado con botitas de elástico o con botoncillos al costado y, de entre casa, para el trabajo, o las menos pudientes, las alpargatas blancas y con bordados en la capellada.
Hacia fines del siglo la falda se angosta considerablemente y, en los vestidos más paquetes se hace más larga atrás, con un poco de cola. Se le ponen piezas superpuestas y se le da un corte (a veces con la ayuda de una almohadilla, llamada polizón) que acentuaba el perfil de los glúteos, buscando un algo "picante", que nuestras buenas criollas tenían muy natural...
Se tiende a afinar la cintura, y hasta la campaña llegan los corsés y otros medios ortopédicos o supercherías de la moda creados en los centros más sofisticados del mundo occidental.
Empiezan a usarse, cada vez más los vestidos enterizos, sencillos con anchos cinturones de tela y abrochados en la espalda.
Hasta en el peinado se notan los nuevos aires y el o los moños, el cabello levantado adelante y "bombé", van desterrando a las trenzas y pautando los gustos a la moda.
La calidad de las telas, los bordados, cintas, aplicaciones de lentejuelas, canutillos, azabaches, mostacillas, etc., todo dependerá, como es natural, de la condición económica de la usuaria y de la ocasión del uso de las prendas.
Con todo, en la campaña propiamente, entre las mujeres de puesteros y peones, peonas, sirvientas, pulperas, y otras, no tan honestas, como carperas y quitanderas
Las telas predilectas son los percales y las zarazas y, en ocasiones, mezclas de seda estampada y, hasta panas. Siempre de colores muy vivos: los colorados, celestes fuertes, amarillos; naranjas y verdes están a la orden con las clásicas excepciones del vestido negro, para la boda o el luto. O el enteramente blanco para los bailes de "gran ocasión" incluso cuando éstos duraban varios días y noches, para "bailar los lanceros", o sea en la jornada culminante del mismo para el compromiso y también, cada vez más, como vestido de boda.
Los pollerones, de montar de la moza, hechos en forma de cartera, con presillas de cuero, para fijarlos a la montura, se confeccionan de telas encarpadas y de colores más sobrios, como azul marino, marrón, bordó, verde oscuro.
Siempre seguirán usándose varias enaguas. Y en los percales blancos, el azul, el almidón y el lustre, con las planchas de hierro calentadas con brasas o en las "cocinas económicas", serán un lujo especial de nuestras paisanas.
Hasta el "maquillaje" llega a la campaña, y en los bailes la harina empalidece los rostros (bastante tostaditos naturales); el carmín para labios y mejillas se obtiene mojando algún papel colorado, como el papel "crepé" que se usa para forrar y hacer las guirnaldas y farolitos con que se adorna la sala, el alero y el patio, en tales ocasiones. Un poco de hollín dramatiza ojeras, que la salubridad campesina hace inexistentes y sombrea ojos, que de puro negros y brillantes no lo necesitan.
Desde el siglo XVIII y hasta casi los albores del presente, fueron las auténticas "colonizadoras y civilizadoras de un medio rural áspero, rudo, primitivo y hasta brutal.
Pusieron siempre su cuota de gracia, de ternura, de belleza, para desarrugarle el ceño a una sociedad de hombres casi bárbaros, altivos y groseros, a despecho de su natural hidalguía, sobriedad y paciencia, no exenta de pachorrienta filosofía.
Supieron amar y ser fieles, sin tener como contrapartida más que deseo sexual, costumbre, muchas veces malos tratos y borracheras, cuando no frialdad e inconstancia, en los mejores casos amistad y respeto, unido a la apetencia pasional; nunca romanticismo; casi nunca una lisonja o piropo; muy pocas veces ternura, que, de una forma u otra, alimentaran su espíritu, su sensibilidad natural.
Supieron ser madres y ¡qué madres!, que durante casi dos siglos no hicieron más que parirle cachorros de tigres a una tierra que vivió engordada por la sangre ardiente de aquellos jóvenes, en perpetua guerra, reclamando víctimas a cada generación que aquellas heroicas mujeres concebían y amamantaban. No hablemos de su abnegación. De su espíritu de sacrificio, de su frugalidad -sólo comparable a la de sus hombres- de la entereza de su carácter semejante al viril valor de ellos
INVESTIGACION DE LA ESCUELA DE DANZAS FOLKLORICAS "SEMBLANZAS CUYANAS "

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La Bombacha de Campo...Indumentaria típica Oriental
Una de las tantas versiones existentes sobre el origen de la bombacha de campo comenzó a escribirse hace más de 150 años.
El origen de nuestra bombacha criolla, que con el tiempo se convertirá en sustito del antiguo chiripá gauchesco, se debe al tratado de paz de París firmado en marzo de 1856 entre los representantes del ejército anglo-francés y Rusia, que ponía punto final a la llamada “Guerra de Crimea”.

Esta guerra, que se creía, sería muy extensa, terminó antes de lo previsto, dejándo un gran remanente de prendas (bombachas orientales), las que fueron exportadas a la Argentina con la finalidad de utilizarlas como parte del uniforme de nuestros soldados.

Siendo presidente de la Confederación Argentina Juan José de Urquiza, al año siguiente de finalizar la guerra, el representante diplomático francés ante el gobierno de Paraná, informó que su país estaba en condiciones de vender a un precio muy conveniente 100.000 bombachas que habían sido fabricadas para el ejército turco y que como consecuencia de la paz se habían convertido en ¨rezago militar¨. Urquiza se entusiasmó con la forma de pago, que era un trueque por productos y lograda la aprobación de la compra por parte del gabinete se aceptó la oferta de las bombachas originariamente destinadas al ejército turco. Todas las bombachas fabricadas por los franceses eran de color del uniforme de dicho país, el gris ¨ojos de perdiz de color blanco sucio o isabelino y éste es el origen de la bombacha gaucha que entra en Entre Ríos a fines de 1858.
Más de una vez se ha señalado la connotación árabe del gaucho argentino o rioplatense, ya que los unen elementos en común como la guitarra, el caballo y sobre todo, la semejanza de la pampa al desierto.
Se cree que la ocupación de España por parte de los moros ha sido el canal de transmisión de estas características.
La bombacha de campo no la encontramos en el guazo chileno, el charro mexicano, el llanero venezolano o el gaúcho brasileño. (Se cree que es en 1861 cuando las primeras bombachas fueron usadas por gauchaje porteños.
Otros sostienen que Ricardo Guiraldes importó de Francia bombachas vascas, de donde también provino la alpargata, pero esto fue muy posterior y recién en los comienzos del siglo XX;
Otra variante indica que con el ingreso de las primeras colonias de este origen en 1862 difundieron el uso de estas prendas

EL GAUCHO: Modo de vida original
La genealogía del gaucho es compleja; sin duda existen los gauchos —aunque no fuera generalizado ese nombre— ya desde los tiempos de Hernandarias, al requerirse sujetos libres para manejar los numerosos rebaños de ganado cimarrón que medraban en las vaquerías pamperas y "campañas del Mar" en el S XVII. Estos "protogauchos" eran criollos y mestizos en su mayoría (probablemente como el mismo Hernandarias, eran "mancebos de la tierra") . Sin embargo, existe una leyenda que menciona con nombre y apellido al "primer gaucho": según tal leyenda en 1586 en la aldea que entonces era la actual ciudad de Buenos Aires vivía un soldado raso andaluz llamado Alejo Godoy; éste se quejaba del mal trato y las pésimas condiciones de vida y habría enviado una carta al rey de España para que atendiera su condición y las de aquellos que se encontraban en circunstancias semejantes. Como (obviamente) no recibiera respuesta, —se dice— cansado de esperar se acercó al baldío que entonces era la Plaza Mayor y tras gritar "¡Muera Felipe II!" se fugó a galope hacia el campo. Este relato es casi sin duda legendario, pero como muchas leyendas aporta ciertos datos para entender el origen del gaucho.
En Brasil, la historiografía a veces supone a los gauchos con orígenes portugueses. Lo cierto es que en la región contendida de la Banda Oriental, el Río Grande y las Misiones Orientales prosperaron los gauchos que arreaban ganado practicando, sin saberlo, contrabando de ganado entre los territorios entonces españoles y portugueses (el ganado se dirigía a la brasileña "Feria de Sorocaba" siguiendo la Ruta del ganado).
Los gauchos eran generalmente nómadas y habitaban libremente en la pampa, la llanura que se extiende desde el norte de la Patagonia argentina hasta el norte del estado de Río Grande del Sur al sur del Brasil, bordeada por los Andes hacia el oeste y aún más al norte, por los llanos chaqueños hasta la región de Chiquitania y Santa Cruz de la Sierra, originado en relación al ganado introducido por los europeos, formando un complejo ecuestre criollo. Puede decirse que hay gauchos en toda la región del Cono Sur donde se puede andar a caballo. Como se ha indicado, la mayoría de los gauchos son criollos o mestizos, si bien esto no es definitorio. Hacia 1875 el viajero gascón Henri Armaignac daba una definición más cercana al respecto de quién era considerado gaucho. En principio, gaucho es —como ya se dijo— el habitante rural que tiene gran destreza como jinete, pero esto no basta. Dice Armaignac: "Un extranjero —por ejemplo un europeo— puede adquirir, aunque sea muy difícil, todas las destrezas del gaucho, vestir como gaucho, hablar como gaucho... pero no será nunca considerado gaucho; en cambio sus hijos aunque todos sus linajes sean directamente europeos, al ser ya nativos o criollos sí serán cabalmente considerados gauchos."
El Gaucho, símbolo en el Cono Sur
Su participación en las Guerras Independentistas
El gaucho interpreta un rol simbólico importante para el nacionalismo (y las relaciones humanas) de la región, especialmente en el Río de la Plata y en el noroeste argentino. El poeta uruguayo Antonio Lussich es considerado uno de los precursores de la poesía gauchesca, y su poema Los Tres Gauchos Orientales fue considerado por Jorge Luis Borges un antecesor del poema épico "Martín Fierro" del argentino José Hernández. Éste último, la obra más famosa del género, evidencia al gaucho como símbolo de tradición nacional argentina, contraponiéndolo a las tendencias europeizantes de la ciudad y a la corrupción de la clase política. Martín Fierro, héroe del poema, es reclutado por el ejército argentino para la guerra fronteriza contra "el indio", pero deserta y se convierte en un fugitivo de la ley. La imagen del gaucho libre a menudo es contrastada con aquella de los esclavos que trabajan en el norte de Brasil. Estereotípicamente, los gauchos eran fuertes (forzosamente, dadas sus actividades), taciturnos pero arrogantes y capaces de responder con violencia ante una provocación.